A veces las circunstancias van y se ponen de tu
parte. Que al llegar a media tarde al hotel te sorprendan invitándote a una
visita nocturna guiada puede ser, a pesar del frío Enero, un fantástico regalo
de Reyes; si además tienes la fortuna de que te toca en suerte Adolfo, quizás
el mejor guía de Toledo, entonces además tendrás un recuerdo imborrable de tu
visita a paso lento a la ciudad de las 3 culturas: Toledo.
Efectivamente, esta es mi 1ª
razón, Toledo fue testigo y hoy es testimonio de que hubo un tiempo en que las
tres principales religiones monoteístas: Judaísmo, Cristianismo e Islamismo
pudieron convivir en paz, no fuera de presiones, pero su herencia sigue viva
entre los muros de esta ciudad.
Las sombras de la noche
transforman el barrio judío. Lo convierten en un lugar cargado de misterio y
rincones olvidados. Su magia y leyendas se sienten en las piedras de sus callejuelas
laberínticas. Esta es mi 2ª razón. Gustavo Adolfo Bécquer describía así en su
leyenda de “Las Tres Fechas” la empinada callejuela que da paso al barrio alto
de la judería.
“Más allá de este arco que baña con su
sombra aquel lugar, dándole un tinte de misterio y tristeza indescriptible, se
prolongan a ambos lados dos hileras de casas oscuras, desiguales y extrañas,
cada cual de su forma, sus dimensiones y su color. Unas están construidas de
piedras toscas y desiguales, sin más adornos que algunos blasones groseramente
esculpidos sobre la portada; otras son de ladrillos, y tienen un arco árabe que
les sirve de ingreso, dos o tres ajimeces abiertos a capricho en un paredón
grieteado, y un mirador que termina en una alta veleta. Las hay con traza que
no pertenece a ningún orden de arquitectura, y que tienen, sin embargo, un
remiendo de todas que son un modelo acabado de un género especial y conocido, o
una muestra curiosa de las extravagancias de un período del arte.
Éstas tienen un balcón de madera con un cobertizo disparatado; aquéllas una
ventana gótica recientemente enlucida y con algunos tiestos de flores, la de
más allá unos pintorreados azulejos en el marco de la puerta, clavos enormes en
los tableros, y dos fustes de columnas, tal vez procedentes de un alcázar
morisco, empotrados en el muro.
El
palacio de un magnate convertido en corral de vecindad; la casa de un alfaquí
habitada por un canónigo; una sinagoga judía transformada en oratorio
cristiano; un convento levantado sobre las ruinas de una mezquita árabe, de la
que aún queda en pie la torre; mil extraños y pintorescos contrastes, mil y mil
curiosas muestras de distintas razas, civilizaciones y épocas compendiadas, por
decirlo así, en cien varas de terreno. He aquí todo lo que se encuentra en esta
calle: calle construida en muchos siglos; calle estrecha, deforme, oscura y con
infinidad de revueltas, donde cada cual al levantar su habitación tomaba un
saliente, dejaba un rincón o hacía un ángulo con arreglo a su gusto, sin
consultar el nivel, la altura ni la regularidad; calle rica en no calculadas
combinaciones de líneas, con un verdadero lujo de detalles caprichosos, con
tantos y tantos accidentes, que cada vez ofrece algo nuevo al que la estudia.”
En el barrio judío se siente el paso del tiempo.
Desgraciadamente este también se ha encargado de hacer desaparecer a siete de las
nueve sinagogas que hubo en la ciudad. Hoy día solo subsisten la Sinagoga del
Tránsito que actualmente es sede del Museo Sefardí y la curiosamente llamada Sinagoga
de Santa María la Blanca. Esta es mi 3ª razón, para alguien que haya visitado
la Alhambra de Granada o la Mezquita de Córdoba es sorprendente encontrarte
dentro de una sinagoga que más bien parece hecha para ser usada y vivida por musulmanes.
Su estilo mudéjar nos recuerda que en aquellos tiempos cada comunidad tenía una
función muy concreta. Aquí se observa como los magníficos constructores
mudéjares ponían su saber al servicio de la comunidad judía.
Estos magníficos constructores mudéjares también intervinieron en la
construcción del impresionante Monasterio de San Juan, su arte estaba al
servicio de todos. Este fue mandado construir por los Reyes Católicos, su sello
está por todas partes. Y quien lo diría, para mí, al menos, fue una sorpresa y
una lección de historia. El águila que representa a San Juan era su sello
principal, pero además le añadían el yugo como emblema de Fernando y las fechas
atadas por una cinta, significando la unión de los distintos reinos, como
emblema de Isabel. El edificio en sí es impresionante. El placer está, y esta es
mi 4ª razón, en disfrutar del silencio del magnífico claustro.
Es bueno saber de dónde venimos para saber dónde
vamos. Hay una comunidad que siente esta tierra como suya aunque ya llevan
fuera de ella más de cinco siglos. Aún guardan, generación tras generación, las
llaves de sus antiguas casas con la esperanza de volver algún día, aún a
sabiendas de que sus casas ya no existen. Son los judíos sefardíes y para ellos
esta tierra que llamamos España, donde tantas civilizaciones han convergido, es
Sefarad. Llegamos así a mi 5ª razón. Una visita a la Sinagoga del Tránsito o,
lo que es lo mismo, al Museo Sefardí. Volvemos
a encontrarnos con una sinagoga que rezuma el arte de los constructores
mudéjares. Su maravillosa sala de la oración simplemente os dejará con la boca
abierta y os trasladará a otros lugares.
Sefarad no es una nostalgia, es un hogar...
Un verdadero lugar de encuentro
para las generaciones venideras.
Paz para todos. Salom.
Juan Carlos I, Rey de España
31 de marzo de 1992